Diego Laguna. Noviembre 15, 2020.
Pareciera que la voluntad de vivir es un impulso biológico que habita en todos los seres que cumplimos con las características funcionales que dicta la biología para considerarnos vivos. Pero para conservar esta vida, los seres vivos hemos tenido que valernos de la cooperación común para sobrevivir.
Este planteamiento se explica a través del origen y evolución de la vida: Cuando los organismos unicelulares adicionaron células distintas con características favorables que les sirvieran para sobrevivir, lo que dió paso a organismos más complejos y por lo que hoy estamos hablando aquí de ello. Ejemplos que podemos observar en la naturaleza son la tendencia de las bacterias a formar colonias, la de los hongos a formar micelios, las aves parvadas y los humanos sociedades, por nombrar algunos.
Sin embargo, en el caso de los humanos es poco común cuestionar la existencia por ser algo que nos fue dado. La mayoría trata de justificar esta voluntad de vivir con argumentos religiosos, políticos, el amor a los suyos, y fantasías cósmicas. Lo cierto es que ninguno de ellos pasa de ser una justificación ante el impuesto natural. En estas circunstancias podemos, entonces, preguntarnos individualmente: ¿Para qué quiero vivir?
Frente a esta pregunta, coinciden las ideas del alcance por la felicidad según en lo que cada uno la vea, digamos: amor, poder, dinero, propiedades, sexo y un largo etcétera. La felicidad es entonces un deseo, que se alcanza cada vez que se cumple. Pero a la vez que se cumple, se renueva y se legítima en la necesidad. (“Quiero esto o aquello, porque lo necesito”). Son entonces nuestras necesidades -artificiales o vitales- las que orientan y dirigen nuestro camino a través de la vida.
Pero, ¿Qué son las necesidades humanas?
Se puede argumentar mucho sobre esta cuestión, especialmente en este tiempo posmoderno donde todo parece tener más de una cabeza y dos pies, por el descuido del sentido crítico volcado al libertinaje, que desconoce todo cuanto se ha estudiado con un afán de rebeldía narcisista para alcanzar la verdad y apropiarse de ella. Sin embargo y como dije antes, podemos distinguir entre dos de estas demandas que los humanos nos proponemos y se nos demandan cuando comenzamos a existir. La primera categoría, la de las necesidades subjetivas se refiere a todas aquellas propuestas conscientes o inconscientes que nos planteamos personalmente como objetos que debemos alcanzar para llegar a una metas hedónica de satisfacción. La segunda, considera a todos aquellos recursos de los cuales seamos directamente dependientes para sobrevivir.
A este punto sería sano preguntarnos, ¿Cuáles de estas necesidades promueven el desarrollo y el bienestar de nosotros mismos? La respuesta es ambas. Pero reubicándonos en la era capitalista del consumismo -en la cual vivimos y participamos sin reparo- los objetivos impuestos por tener nos rebasan como sujetos, dejándonos relegados a no ser, sino a tener por encima de ello. A ser por lo que tenemos y no por lo que nuestras capacidades creadoras nos permiten. Se nos orienta a consumir[nos]. Con todo esto, no quiero decir que debamos deshacernos de todo cuanto tenemos y dedicarnos a la vida nómada, sino que, aprendamos a consumir con consciencia y juicio para tener lo que nos es estrictamente necesario para vivir, desarrollarnos y liberarnos de la idea de que para ser debemos consumir todo cuanto se nos ofrezca. Para dedicar nuestro tiempo, razón y esfuerzos por explotar nuestras capacidades naturales para crear[nos] y en ese móvil liberarnos de los dominios exteriores a nuestro cuerpo e interiores en nuestra mente.
La liberación debe ser el objetivo que oriente y guíe -personalmente- nuestros pasos en la vida por busca de la verdad para edificar nuestra propia singularidad y ponerla al servicio de los demás como fin supremo. Pues desde el inicio, a la cooperación mutua nos debemos. Erich Fromm. (1991). Del tener al ser. México: Paidós Mexicana.
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