Diego Laguna
Fue cuestión de semanas desde que el susodicho virus apareció del otro lado del mundo para que llegara a tocar nuestra puerta, pero no fue así como todos lo percibimos. Las semanas se redujeron a instantes y el evento nos tomó por sorpresa, al menos a los estudiantes. Sin caer en victimismos, a pesar de la previsión e información provista por los medios de comunicación, el gobierno y la misma Organización Mundial de la Salud, jamás las autoridades universitarias se ocuparon de plantearnos un plan de contingencia para afrontar la situación. De la noche a la mañana se suspendieron las actividades presenciales y las puertas se nos cerraron de manera literal. Todos, cada uno en medida de nuestros recursos y presentimientos buscamos establecer comunicación con compañeros, profesores y coordinadores. Hasta este punto la mayoría quedó fuera. *
Una vez reunidos, aunque virtualmente, la actividad académica (como si no hubiera una discusión pendiente sobre las características de los grupos para adaptarse a las clases virtuales) se reanudó. Apoyada por una serie de exigencias casi dictatoriales. Los profesores diseñaron sus propios instrumentos de “enseñanza”, “calendarización” y sobretodo de “evaluación”, o dicho en palabras simples, DE CONTROL. Porque claro, aquí lo que interesa es lo que se plasma en el papel, pues se sirven de ello para evidenciar su “compromiso” con la educación y hacer promoción de su eficiencia, de lo bien que ejercen aquella libre cátedra de la que muchos hacen alarde pero pocos tienen una pizca de idea.
Por otra parte, lo cierto es que los objetivos de aprendizaje no son exclusiva responsabilidad del sujeto al frente de la maza. De la minoría que quedó salvada por el privilegio de un celular, computadora e internet en casa, no tardaron en surgir las protestas con respecto a la incomprensión de los temas con que se les exigió cumplir. Las redes sociales se inundaron con memes, comentarios y lamentos desesperados sobre el futuro de su formación académica. Esta minoría privilegiada partió y repartió la culpa de la ineficiencia de las clases en línea con el dedo del victimismo, apuntaron contra todos (con razón en el caso de las autoridades y algunos profesores), pero nunca hacía sí mismos. Los grupos de whatsapp, las conversaciones y hasta los memes fueron la bandeja de quejas más común entre estudiantes, pero también evidenciaron la corrupción y el descaro que todos ejercimos contra este nuevo modelo de “enseñanza”.
Según Giddens (un sociólogo de los más abusados de su área), la EDUCACIÓN es una INSTITUCIÓN SOCIAL –entiéndase por esto, convención de personas, que se reúnen y organizan para cumplir con un objetivo común- que PROMUEVE LA ADQUISICIÓN DE HABILIDADES Y CONOCIMIENTOS que PUEDE TENER LUGAR EN MUCHOS ENTORNOS. Hasta aquí y desde este punto de vista, estamos de acuerdo en que aún con las limitaciones sanitarias para reunirse, la educación tenía una posibilidad de ver su objetivo florecer. Sin embargo, hace falta pensar en dos factores fundamentales que la comprenden: la enseñanza, perturbada por esta nueva forma de presencia de los actores y el proceso de aprendizaje que sin duda se vió reconfigurado para funcionar en esta “nueva normalidad”.
En la escuela tradicional (que parece ser uno de los rasgos más arraigados en el sistema educativo actual y de la propia UNAM), la enseñanza no es más que la manipulación de los objetos de conocimiento por uno o más sujetos (figuras de autoridad) con previas experiencias en la materia que buscarán transmitir a terceros basándose en métodos, técnicas y hasta ideologías claras y definidas que orientarán la comprensión y posterior empleamiento de dichos conocimientos por aquellos terceros en cuestión. Y es aquí donde encontramos el conflicto de lo antes relatado, la escuela tradicional está concentrada en la enseñanza, no en el aprendizaje. Esto explica al menos de forma cultural, la respuesta de académicos y autoridades en cuanto a reanudar las actividades lo antes posible, pues según la tradición, toda su tarea está en la enseñanza.
Pero y a todo esto, ¿Qué es el aprendizaje?
De este concepto se ha dicho mucho lo largo de la historia, desde posturas que opinan que nada se aprende porque el conocimiento es innato en la consciencia humana (y que solo hay que despertarlo) hasta que es el instrumento que nos permite transformar lo aparente en inteligible y por lo tanto en verdadero. Pero todas estas son opiniones de filosofías idealistas que si bien, son interesantes, no nos permitirían hacer el análisis materialista al que queremos acércanos. Por ello, tomemos a este ente como un PROCESO. A través del cual -los humanos, animales y hasta las nuevas tecnologías de inteligencia artificial-ACCEDEMOS al CONOCIMIENTO. Dentro de él, todo aporta información que construye y descifra aquello que se desea aprender: observaciones, pensamientos, sentimientos, conductas, instrucciones, relaciones y hasta errores. Por la tela que da para cortar el tema, se desarrollaron distintas teorías que buscan explicarlo. Sin embargo y para servicio de este pobre autor (que no sabía en lo que se metía cuando decidió criticar a su alma mater), rescatamos que es un proceso INDIVIDUAL y NO COLECTIVO, que cada individuo desarrolla a través de su propio contexto (histórico, cultural, social, ECONÓMICO, etc.), explotando sus propias capacidades y adaptándolas a sus necesidades e intereses. Comparte con la educación que no sea propio de un lugar y que TIENE LUGAR EN TODOS LOS ENTORNOS (y por lo tanto, tiene una naturaleza autónoma (que es responsabilidad de cada uno ejercer)).
En el rol de los actores…
Es entonces, tiempo de reflexionar desde nuestros papeles que actividades nos son propias dentro de un sistema educativo (al que decidimos pertenecer) y pensar en estrategias que reconcilien a la enseñanza con el aprendizaje en pro del éxito educativo. Para eliminar de la realidad la configuración injusta e ineficiente en que se volcó la educación (escolarizada) a distancia en el afán de CUMPLIR con lo que a unos se les impone y otros intuyen que deben hacer.
Un proyecto de universidad democrático…
En el rol institucional, lo imperante es aplicar políticas educativas que garanticen la participación de toda su comunidad y no sólo de aquellos quienes tienen acceso a medios electrónicos y cuenten con servicios de internet propios, presentar un plan integral de actividades para afrontar la “nueva normalidad”, estricta vigilancia de las planeaciones de trabajo por materia y profesores, así como crear un espacio de evaluación para estudiantes que les permita reportar la eficiencia de las clases y las medidas ejecutadas.
Siempre ha sido así…
La educación, en contra de lo que se nos quiere hacer creer, es una actividad restrictiva que se reserva para quienes pueden pagarla, asistir a escuelas, poseer materiales de estudio (al menos equipo de cómputo y/o celular), disponer de tiempo (olvídense de trabajar) y sean suficientemente “aptos” (no olvidemos los exámenes de admisión). No es nuevo que la mayoría de estudiantes ven coartados sus sueños de aprender por su situación económica, pues muchas veces son también pilares de la economía familiar. Así como profesores que al mismo tiempo no tienen a su alcance medios electrónicos, ni la competencia necesaria para manejarlos. Esta “nueva” educación a distancia requerirá entonces, del papel activo de ambos participantes (profesores y estudiantes) con el objetivo de ver realizada la meta de aprendizaje, recordando siempre que de no hacerlo no veremos jamás superada aquella educación de la que nos quejamos y tratando de incluir en todos los ámbitos a todos aquellos de los que la suerte económica no se ocupó de llegar.
Comments