Brandon Hazel García Real
Es irónico. Hasta antes de la pandemia, el sistema escolarizado de la UNAM era visto como el sistema por excelencia, y la mejor manera de aprender y de cursar una carrera; la cantidad de aciertos que se requieren para ingresar a dicho sistema es, erróneamente, atribuida a la calidad de la enseñanza, y se dice que los temas son vistos "con mayor profundidad", y que los alumnos salen mejor preparados. ¿Y cómo no afirmarlo? Resulta lógico pensar que cinco días seguidos de enseñanza presencial son mucho más fructíferos que asistir un solo día a la semana.
Por su lado, el SUAyED es considerado (a pesar de las declaraciones oficiales) como la opción secundaria, como un comodín educativo para aquellos que, por razones que a cada quien competen, no pudieran asistir todos los días a la escuela, y así darles la oportunidad de conseguir un título y una oportunidad aspiracional de mayor calidad (claro, de la publicidad a la realidad hay un buen trecho según estadísticas, pero ese es tema aparte). Sin embargo, no es "igual al escolarizado". Es bien sabido que los profesores del turno sabatino no trabajan de la forma convencional, pues se autodenominan tutores que más bien "orientan", y le dejan al estudiante toda la responsabilidad de aprender sobre la materia. Y como sólo había que asistir una vez por semana, o directamente, entregar los trabajos a distancia, los resultados distarían mucho de ser tan prometedores como los del otro sistema.
Dicha segregación, en gran medida, ha sido impulsada desde hace años por la misma UNAM, muy a pesar de que su posicionamiento ante el público es de trato igualitario hacia ambos sistemas; por ejemplo, de forma general, la universidad cesa sus actividades académicas en punto de las 2 de la tarde, a diferencia de la rutina entre semana, situación que obliga a los alumnos a desalojar las instalaciones a una hora temprana, privados de la oportunidad para hacer trámites, o asistir a eventos o cursos en horas posteriores; testimonios de estudiantes de la Facultad de Derecho en SUAyED, confirmaron que una gran mayoría del repertorio de talleres, cursos y diplomados que ofrecía la facultad, se impartían únicamente en sábado, de tal modo que se empataban los horarios de los eventos con las clases de los alumnos del turno sabatino, lo cual, consideraron los estudiantes de este sistema, era "un acto excluyente".
En este mismo tenor, aludiendo a hechos más recientes, las autoridades de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales del sistema abierto (FCPyS modalidad SUAyED) publicaron los lineamientos y horarios de las clases intersemestrales, y aunque declararon que éstas estarían disponibles para alumnos de ambos sistemas, la organización de los horarios está distribuida exclusivamente de lunes a viernes (No se tocó ni un sábado) y, para colmo, los horarios están en concentrados en la mañana, entre las 8 y las 10 de la mañana. Esta organización complace los requerimientos del sistema escolarizado, a expensas de que muchos alumnos del SUA que trabajan se pierdan la oportunidad de regularizarse en caso de necesitarlo. Si dicha decisión no es un acto de segregación en sí mismo, entonces no tengo idea de lo que es.
El punto es que los temas de la validez del conocimiento, la calidad del estudiante y, de forma global, la prioridad que tiene un sistema ante el otro, siempre ha estado presente en el argot académico. No obstante, el panorama general está cambiando de forma paulatina:
Los maestros se ven obligados a adentrarse en las tecnologías que rara vez utilizaban, porque era más fácil desglosar la teoría en el pizarrón, frente a grupo, y más que eso, tuvieron que recurrir a metodologías de enseñanza más pragmáticas y eficientes, dado que el distanciamiento entre la relación maestro-alumno impide la personalización en las explicaciones que podían darse antaño;
Los estudiantes, sobre todo aquellos del sistema escolarizado y que sobreestimaban sus habilidades académicas, se enfrentan a las limitaciones en su capacidad de aprender, al ver modificada la manera de dar clases. ¿Quién les desglosará los temas? ¿Quién se acercará a ellos y adaptará el conocimiento para que les sea más sencillo digerir la teoría? Habiéndose burlado de quienes apenas pisaban el aula desde una posición con aires de privilegio, deben afrontar el mismo panorama que el sector del SUAyED eligió por cuenta propia. Ahora, deben hacerse responsables de enseñarse a sí mismos, en un acto revolucionario que, paradójicamente, les provoca más ansiedad que la exigencia diaria de trabajos y exámenes presenciales;
Y las autoridades académicas, en un movimiento antes impensable, se vieron en la necesidad de tomar la decisión de solventar la falta de clases con la modalidad a distancia, con un toque inconcebible hace apenas unos meses: se impartirían clases a los alumnos por medios digitales, no sólo aquellas "carreras humanistas" que, por una injusta fachada de simplicidad, se podían cursar una vez a la semana o a distancia, sino que tuvieron que flexibilizarse para incluir aquellas carreras "complejas" como las distintas ramas de la medicina y la ingeniería. Es decir, el elitismo implícito en el prestigio de la carrera que mantenía la exclusividad del conocimiento dentro de las aulas físicas de las excelsas facultades se vio diluido con las limitaciones sanitarias, dejando a las instituciones sin excusa y sin opciones.
Ahora, toda la UNAM, aunque no lo planeaba, se está volviendo SUAyED; desde el Área 4 de Humanidades y Artes, hasta el Área 1 de Ciencias Físico-Matemáticas e Ingenierías, tomaron el internet como aula provisional, con la severa consideración de convertirla en una prioridad en el futuro cercano. Dicha iniciativa está siendo promovida con ahínco, a pesar del escepticismo de algunos sectores estudiantiles, especialmente, de aquellas carreras que, desde un principio, ni siquiera contaban con el sistema abierto como una opción. Sin embargo, se reitera que todavía quedan muchas asperezas por pulir (como los vigentes rastros de actitud segregativa, presentes la organización de materias y actividades escolares).
Asimismo, la misma SEP anunció que, a partir del 24 de agosto, las clases a niños de primaria se impartirán a distancia, por medio de canales televisivos. Como puede verse, esta nueva manera de trabajar se está extendiendo a todos los niveles y, aunque se sabía que la digitalización de la educación sería cuestión de tiempo, nadie habría augurado, antes del 2020, que dichos cambios serían necesarios en cuestión de meses.
Por supuesto, es innegable que esta forzada transición no ha sido sencilla para nadie; cada estrato social, región, e individuo, han tenido que asimilar la cuarentena (extendida por más tiempo que eso, dado que es imposible garantizar el aislamiento simultáneo de 126 millones de personas, pero de nuevo, ese es otro cantar) a su manera. Pero de forma general, se encuentra la adopción de medidas de prevención que nos instan a desinfectarnos afanosamente con el más mínimo roce, así como a permanecer en el encierro lo más posible. Para colmo, el constante “bombardeo” de los medios con cifras cada vez más elevadas, amén de polémicas en la política y la economía, tan solo empeoran la psique social.
Volviendo al tema que nos atañe, la comunidad estudiantil se encuentra presionada, pues está en juego su futuro profesional y, como era de esperarse, las circunstancias varían en cada caso particular: algunos estudiantes tienen trabajo, pero son solteros y sin descendencia; hay quienes mantienen a sus hijos, sea que estén casados, en unión libre, separados, divorciados, viudos o simplemente solteros; de los grupos anteriores, hay quienes tienen departamento propio, otros que rentan en solitario, hay otros que tienen “roomies”, y hay quienes viven en casa de sus padres/tíos/familiares y no pagan renta. Así, tenemos desde el caso más favorable de aquellos estudiantes que viven con sus padres, no tienen trabajo ni hijos que mantener y sólo se dedican al estudio, y en el otro extremo, están quienes deben alimentar a los hijos, cumplir en el trabajo, sacar los estudios y cubrir los pagos de la vivienda.
En consecuencia, muchos han visto afectado su ritmo y rendimiento de estudios a distintos grados: algunos cursan todas las materias sin mayor complicación, llegando incluso a agradecer por las ventajas que tienen ahora; otros también tienen sus materias al corriente, pero su rendimiento baja, y se refleja en sus calificaciones; por otro lado, hay otros que dan de baja la mitad de las materias para no agobiarse tanto; y otros que, finalmente, se decidieron a no cursar ninguna materia, impulsados ya fuese por sus responsabilidades personales, por desconfiar de la efectividad de las clases a distancia o, en algunos casos, por cuestiones con carga ideológica (con esto último, me refiero a los grupos de protesta que, autoproclamándose como la voz de una comunidad universitaria que no conocía ni sus rostros, realizaron diversas tomas al interior de C.U., y cuyos esfuerzos fueron truncados cuando la UNAM decidió reanudar sus actividades en línea debido a que la pandemia orilló a todas las escuelas a cesar sus actividades presenciales por cuestiones sanitarias).
Aunado a las distintas versiones de las circunstancias vividas por el estudiantado (con reservas, por si hay casos no mencionados), deben señalarse todos los estragos que causa el estudio desde casa, al menos, para quienes no estaban acostumbrados a ello; estrés, desinterés, apatía, sentimientos de improductividad, insomnio, irritabilidad, depresión, y otros problemas que pueden ser desarrollados más apropiadamente por profesionales de la salud física y mental.
No obstante, aún sin poseer credencial alguna que me avale, me atrevo a mencionar al menos dos factores que, desde mi perspectiva, son las principales causas de que tantos estudiantes se encuentren “hartos” de la situación: por un lado, se encuentran los viejos planes de estudio, cuya estructura fue diseñada para impartirse en un sistema tradicionalista presencial que, como se ha ido descubriendo con este primer semestre experimental a distancia, resulta incompatible dentro de los hogares. Por el otro lado, tenemos a la mismísima mentalidad del ser humano ante la idea del cambio; de forma generalizada, la sociedad se vio obligada a aceptar un nuevo panorama de forma inmediata, expedita y apresurada. Al no ser una elección hecha de forma concienzuda ni voluntaria, resulta normal que haya cierta “resistencia”, pues eso implica readaptar, a toda prisa, cada aspecto de nuestras vidas. Esto deriva, a su vez, en la toma de una serie de decisiones: en la medida de sus posibilidades y circunstancias, cada persona elegirá perseverar para mantener el ritmo, o hacer una retirada estratégica por su bien (dejar la escuela, cortar con la pareja, cerrar un negocio y abrir otro nuevo, redescubrir pasiones, etc.). No se juzga a nadie, pues son elecciones de vida, y como tal, éstas quedan en las manos de cada persona.
Esta es sin duda una oportunidad invaluable para reestructurar el sistema educativo nacional. Y aunque todavía queda la esperanza de retornar a las aulas y a las viejas costumbres, las generaciones estudiantiles de la actualidad no pueden esperar a que las condiciones de antes vuelvan a ser mínimamente probables y apropiadas, pues el tiempo apremia. La única certeza es que, contrario a lo que nuestra cálida y estrecha cultura nos hace anhelar, la realidad dicta que es momento de dar un paso incómodo pero decidido hacia la individualización del aprendizaje, y por lo mismo, aspirar a un replanteamiento absoluto de lo que significa enseñar, aprender, socializar y vivir… desde casa.
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